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Por Qué la Generación Z Es la Más Activista y la Más Apática al Mismo Tiempo

Manifestación de personas mostrando un cartel que dice "Planet Over Profit"


Hay algo fascinante en ver a alguien compartir una infografía sobre el cambio climático en Instagram Stories mientras pide su tercer Uber Eats de la semana. No lo digo con maldad. Lo digo porque yo también lo he hecho. Todos lo hemos hecho.

La Generación Z tiene una reputación peculiar: somos la generación más consciente de la historia y, al mismo tiempo, la más paralizada por la ansiedad. Queremos salvar el mundo, pero a veces no podemos ni salir de la cama. Compartimos peticiones en Change.org con la misma energía con la que scrolleamos TikToks de gatitos durante tres horas. Y luego nos preguntamos por qué nada cambia realmente.

Esto no es hipocresía. Es agotamiento.

El peso de saberlo todo

Nuestros abuelos vivían en la ignorancia bendita. No sabían que su spray para el pelo estaba destruyendo la capa de ozono hasta que ya era demasiado tarde. Nosotros sabemos todo, todo el tiempo, desde que tenemos memoria. A los doce años ya sabíamos que los osos polares se estaban quedando sin hielo. A los catorce entendíamos que las grandes corporaciones eran responsables del 70% de las emisiones globales. A los dieciséis ya habíamos perdido la esperanza tres veces y la habíamos recuperado dos.

La Generación Z no es apática porque no le importe. Es apática porque le importa demasiado y el mundo es demasiado grande para abarcarlo con dos manos y un smartphone.

Cada día nos despertamos con notificaciones que nos recuerdan que todo está mal: el planeta se calienta, los derechos se erosionan, la democracia se tambalea, la economía es una estafa piramidal con mejor marketing. Y se supone que debemos ir a clase, hacer la tarea, conseguir un trabajo y actuar como si nada.

Activismo performático vs. activismo real

Seamos honestos: compartir una publicación negra en apoyo a Black Lives Matter no es lo mismo que ir a una manifestación. Poner una bandera de arcoíris en tu bio no es lo mismo que donar a organizaciones LGBTQ+. Y todos lo sabemos. Pero también sabemos que algo es mejor que nada, ¿no?

Aquí está el dilema: el activismo digital es cómodo, instantáneo y sin consecuencias reales. No tienes que enfrentarte a la policía antidisturbios. No tienes que tener conversaciones incómodas con tu familia. Solo necesitas un dedo y dos segundos. Clic. Done. Ya eres parte del cambio.

Excepto que no lo eres.

El activismo de sofá nos da la ilusión de participación sin el riesgo de la acción. Nos hace sentir útiles sin exigirnos sacrificio. Y las plataformas lo saben. Por eso cada vez que hay una crisis global, Instagram y TikTok se llenan de stickers y hashtags que convierten la tragedia en contenido. Porque el engagement también es un negocio.

La ansiedad como motor y como freno

La Generación Z vive con un pie en el futuro y otro en el presente. Sabemos que el sistema está roto, pero también sabemos que tenemos que vivir dentro de él. Queremos revolucionar el mundo, pero primero tenemos que pagar el alquiler. Y eso crea una tensión constante, una especie de disonancia cognitiva que nos paraliza.

No es que no queramos hacer nada. Es que no sabemos por dónde empezar. ¿Boicoteamos a Amazon mientras compramos todo en Amazon? ¿Dejamos de usar plástico mientras el supermercado empaqueta hasta las manzanas? ¿Nos volvemos veganos mientras trabajamos en un McDonald's para pagar la universidad?

La realidad es que el cambio sistémico no se puede hacer desde el consumo individual. Pero el consumo individual es lo único que sentimos que podemos controlar. Entonces nos quedamos atrapados en este ciclo de culpa, donde cada decisión parece una traición a nuestros valores.

Pequeñas acciones en un sistema gigante

Aquí viene la parte difícil: puede que nunca veamos el mundo que queremos. Puede que todas esas peticiones, esas marchas, esos hilos de Twitter no cambien nada en el corto plazo. Pero eso no significa que sean inútiles.

Cada generación tiene su forma de resistir. La nuestra es ruidosa, digital y emocionalmente exhausta. No somos perfectos. Tenemos contradicciones. Pero al menos estamos intentando algo.

Porque la alternativa es peor: no intentar nada.

La Generación Z no es apática. Está cansada. Y hay una diferencia enorme entre esas dos cosas. Una implica indiferencia. La otra implica lucha. Y nosotros seguimos luchando, aunque sea desde el sofá, aunque sea con el último 10% de batería, aunque sea con la esperanza colgando de un hilo.

No sé si eso es suficiente. Pero es lo que tenemos.

Y por ahora, va a tener que bastar.


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